Espere a ser llamado - Hernán Bruno

 Espere a ser llamado

    El hombre avanzó con paso enérgico, en línea recta, atravesando una recepción amplia, de pisos marmóreos, pulidos y brillantes. El recinto encandilaba de resplandeciente luz natural, que ingresaba generosa por las paredes vidriadas de doble altura, tenía aquí y allá unos macetones con plantas de buen porte, todo de una pulcritud inmaculada. El paso resuelto no impedía notar la edad avanzada, bien llevada, con elegancia, pero no era un hombre joven.

    Hacia el fondo divisó el cartel que anunciaba en letras blancas, sobre fondo azul brillante: INFORMES – RECLAMOS – SATISFACCIÓN AL CLIENTE.

Le pareció demasiado para una sola ventanilla, pero para él estaba bien, era mejor en persona, no se llevaba bien con los trámites on-line.

- Disculpe señorita me puede decir donde pedir un técnico – lo cortés disimulaba apenas lo ofuscado. Le resultó parecida a una amiga de su nieta, pero no, sino lo reconocería, pensó. O no.

- Buen día, le informo que aquí recibimos su reclamo – la sonrisa de la chica no parecía falsa.

- ¡Una sola ventanilla para todo!

- Ya nadie hace los reclamos personalmente. Por favor su nombre, dirección, email, celular, ¿Técnico a domicilio o virtual?

No sin esfuerzo respondió a la requisitoria, él era nadie.

- Su reclamo es el JWT45/16, los técnicos se pondrán en contacto – dijo mientras miraba la pantalla y tipeaba diligente.

- Esto no me sirve.

- Si no está satisfecho puede comunicarlo en nuestra página o nuestro Facebook o en nuestra cuenta de instagram – ella seguía sonriendo.

    Se dio vuelta y se fue. Qué iba a hacer. El salón estaba desierto, casi que podía oír sus pasos, se le hizo muy grande. Justo en la mitad, sintió que no podía más, se sentó en el piso, lentamente se acostó boca arriba, abrió las piernas y los brazos, cuando miró hacia arriba vio el enorme artefacto de luz con miles de brillos de distinta intensidad, cerró los ojos y disfrutó de ese artificial firmamento lleno de falsas estrellas.

    La chica de la ventanilla dudó, no sabía si llamar a emergencias o a seguridad. Otra cosa hubiese sido si dudaba en levantarse y salir de su cubículo para ver qué le pasaba al señor, hablarle, hasta quizás tocarlo, ofrecerle un vaso con agua. Pero no, no se movió, ni se le ocurrió. 

    Pero la duda duró un instante. Llamó a emergencias; treinta y seis minutos tardó en llegar la ambulancia, pero ya no le importaba a nadie.

¡El que sigue!

Hernán.

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