Amanecer, por Chichí

 

AMANECER

 

Mi papá decía “es la llave del amanecer y anochecer” del crepúsculo “¿Qué llave, cuál?"

Él se levantaba a las 5 de la madrugada tomaba unos mates y con otros hombres de campo ataba a los caballos al arado, o al disco, la rastra, la sembradora, porque en esa época no existían los tractores, sembradoras actuales con tanta comodidad. Todo era con caballos cada uno tenía su nombre y su dueño.

Volvían al mediodía y nos decían “Qué hermoso amanecer, con rayos fuertes de colores”. A veces era un amanecer con niebla según la estación del año. Un día le preguntamos cómo abrió la llave el Amanecer. Nos respondió: “tienen que madrugar y verán maravillas”. Nos pusimos de acuerdo y madrugamos con mi hermana Rosa, mi hermano Jesús (Pepe) y mis primas Mercedes (Mecha) e Isabel .Seguimos a los trabajadores sorprendidos ¡Qué belleza! El Sol. Ahí está la llave que con sus rayos ilumina. Da calor y vida. Con Él se levantan los pájaros, todo tiene movimiento, vive la Naturaleza.

Y quedamos admirados, Con razón los originarios le llamaban el “Dios Sol”. Los arados comenzaron a hacer surcos. Nosotros atrás corriendo, las gaviotas, los chimangos, tordos comiendo lombrices y otros bichitos. Desde ese día nos levantábamos temprano para ver como la llave abría el Amanecer y también como cerraba el Crepúsculo. Algo maravilloso.

Observando todo esto descubrimos que en el campo crecían zapallitos silvestres amargos, que juntábamos en bolsas para repartirles a los cerdos, patos, gansos y gallinas, y al tirarlos se partían en el gallinero. Era muy divertido ver a los animales con los pedazos en el pico. Nos escapábamos sin permiso muy seguido a juntar esos zapallitos. Un día en plena acción, los perros que nos seguían, empezaron a ladrar  a un linyera o un borracho que se caía, se levantaba y volvía a caer. Gritamos el Viejo de la Bolsa y disparamos.

Al llegar a casa papá nos recibió y preguntó “¿Qué pasa? ¿por qué viene así?”. Llorando le contamos. Entonces aparece mamá que pregunta lo mismo.

Recibimos caricias y nos comprometimos a no ir nunca más. Pasaron muchos años. Estando todos juntos recordando aventuras infantiles. Vino a nuestra memoria los zapallitos y el Viejo de la Bolsa. Comenzaron mis padres a reírse

“¿De qué se ríen?”, preguntamos. Ahí nos enteramos de que el linyera fue mamá. Nos dijo que no sabía como hacernos entender que era peligroso ir allí. ¡Cómo nos reíamos! No podíamos creerlo. Ese día comenzó un Amanecer a la Obediencia.

 

 

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